Conectar con la transparencia de lo simple, de la inocencia, de la posibilidad de dejar fuera lo que duele.
Una búsqueda que a veces nos lleva lejos, buscando en otro sitio el llamado del alma para poder sobrecogerse con la belleza, con el amor en lo más profundo, cuando se siente uno anestesiado.
Entonces se busca cómo moverse de lugar ¿quizá un viaje? , escaparse a otro sitio.Una necesidad que nace del apuro de explorar en lo asombroso, quizá para salir del aburrimiento, del hastío, del tan nombrado stress.
Venimos sintiéndonos superiores o inferiores, más afortunados o menos agraciados. Vibrando con cada descalificación o siendo altaneros y arrogantes.
Se cobra la prisa, la urgencia; nos vence tantas veces la dejadez. Nos volvemos autómatas engullidos por la vorágine de la modernidad.
Entonces, al escaparnos a otros escenarios, al abrir los sentidos a la nueva escenografía, pareciera que el nuevo paisaje coloca de lado la seriedad de sentir que hacemos cosas importantes.
Por momentos en un lugar extraordinario tocado por la mágica belleza de la naturaleza, parece que se bota el velo de lo que creemos y podemos mirarnos tan pequeños como somos.
Así, se postergan los pactos que hemos hecho sobre lo aprendido, del adiestramiento fortuito que comienza con nuestro nacimiento.
Comienzan los sentidos a despertar, se respira despacio, se ensanchan los pulmones, se abre la mirada. Entra el silencio.
Entonces se despliegan los brazos, se abren las palmas de las manos, se extienden, se toca la sedosa suavidad, se entabla la posibilidad de vaciarse dejando entrar la sencillez.
Se dejan los juicios en otro lado. Se abren las puertas donde se mira de frente ahí donde habitan los enredos, que se desherban poco a poco para darle paso a la desnudez del alma.
Entonces el lenguaje se empobrece por más rico que nos parezca. Los vocablos se disuelven en poesía, se hacen cargo del estallido que insemina la vida con sus tersos acordes.
Sucede que cuando uno se abandona, se rinde, se vacía, comienza una danza interna donde las células del cuerpo vibran y la vida toma el lugar de la aburrida seriedad.
Comienza la belleza de mirarse desnudo y frágil, comienza la entrega a la fiesta de la vida compartiéndola con todas sus ceremonias eternas.
Entonces cae uno de rodillas agradecido, rendido, abrumado una y otra vez ante la magnificencia de un paisaje que habla en tonos de Aurora Boreal, de bosque, selva, desierto o del profundo mar.
Cómo explicar que el corazón entonces sale del pecho buscando tocar el firmamento…
El alma baila con la bóveda celeste llena de hermosas estrellas.
Ser testigo del más bello paisaje, es tocar la existencia misma envuelta en la paleta con la que pinta Dios.
Es pensar que se puede mirar como dibuja con su amorosa mano, dirigiendo la orquesta de la creación. Sentir su tierno abrazo para recordar lo profundamente amado que puede llegar a sentirse el corazón….
Y entonces brota el más profundo agradecimiento, brota la posibilidad de observar que para poder haber llegado hasta aquí, a veces es preciso haber experimentado más de una vez un dolor tan grande, que tantas veces acaricia las ganas de morirse.
Porque es así como todavía habemos algunos que tocamos las fibras de lo interno, que lo necesitamos para darnos cuenta que no hay forma de escapar al viaje obscuro del lugar donde se encarnan las fracturas.
Somos estos, que al tocarlas quizá podemos volver la mirada diáfana, a lo más sencillo.
Quizá desde ahí detonar una nueva forma de tocar la belleza libres de máscaras y ropajes, desnudos y abiertos a sorprendernos.
¿Será posible que podamos hacerlo aun en el paisaje lúgubre de la gran ciudad? ¿Del espacio donde uno habita?¿ De la abrumadora cotidianidad? ¿Será que se puede encontrar todo esto sin tener que hacer o buscar cosas excepcionales?
Yo me llevo la certeza de que ese es el gran reto, poder florecer ahí donde uno está, y ver lo grandioso en cada espacio. Tocar la belleza en cada sitio. Mirar a Dios en cada encuentro. Agradecer por todo lo que si se tiene.
Llevar por dentro el recuerdo del mágico encuentro, de un viaje inolvidable, para poder evocarlo en cada día y tocar a otros, quizá ir un poco más aya y usarlo como bálsamo en el duro acontecer.